top of page

Recuperar de a poco la vida: poder leer

Foto del escritor: Joselyn SilvaJoselyn Silva




Termina julio y con él los tres meses aproximados de ser una patata; o séase, de estar al tope con dolor y cansancio. Hoy puedo decir que estoy mejor. La salud en la familia ya es más estable, así que el cuerpo empieza a comprender que todo está bien y que no hay necesidad de tantas alarmas y tantos códigos rojos.


Esta semana tocó otro bloqueo. Si bien el parche me mantiene estable, hubo dos eventos de dolor insoportable y preferí que el doc hiciera de una vez el bloqueo. Sirvió, porque hizo otros ajustes en el tratamiento y lo veré hasta dentro de dos meses. En parte también me está cuidando por la nueva ola de contagios, así que a menos de que sea muy necesario salir, me quedo aquí en casa.


Siempre le echo flores a mi algólogo, y la verdad se las merece. Además de ser excelente en su disciplina, es empático y me explica cuantas veces sea necesario todo lo que yo quiera. Responde mis dudas y eso me agrada mucho, porque quiero saber de todo lo que me hace; tener un papel activo en mi salud. Esta vez, como el bloqueo iba a ser profundo, me decía que no mirara la aguja y yo, en vez de miedo, ahí voy de curiosa queriéndola ver. 9 centímetros. Por la posición en la que estaba no podía ver el ultrasonido, pero según me dijo, se veía clarita la aguja y cómo se desplazaba. Tal vez para la otra pueda, o aunque sea una foto o algo, ja.


Quizás en estas letras pueda leerse que estoy de mejor humor. Todavía me agüito y hay momentos donde me siento muy mal, pero se me pasa. Zack ha ayudado mucho. Me basta ver todas las tonteras que hace y reírme de sus locuras para que la tristeza se disipe. Y creo que él lo sabe, porque tiro por viaje me lleva sus ratones o su pescado para que juegue con él. O los deja dentro de mis tenis, provocándome sustos.


Pero si algo ha alegrado mi corazoncito, además de las buenas nuevas en la familia y las amistades, es que he podido leer.


Cuando estoy muy mal la cabeza no me da para nada. Y no es solo "flojera", sino que de verdad no puedo procesar el contenido de un libro, un video o cualquier otro medio. Con los libros es como si no pudiera reconocer ni siquiera las palabras. Es decir, sé que son palabras, sé que están en español y sé qué significan (la mayoría de las veces), pero mi cerebro no puede hacer las conexiones necesarias para entenderlo. Conforme leo las líneas las anteriores se me olvidan, así que no puedo avanzar. Es un poco como la imagen del mapachito que lava su algodón de azúcar: en un momento está ahí, y luego no hay nada; solo quedan algunos rastros entre las manos.


De escribir ni hablamos. Sea un mensaje de texto, un correo, una entrada para este blog o algo académico o literario, es como si mi lenguaje estuviera caóticamente desordenado. En ocasiones sé lo que quiero hacer, pero es como si el cerebro hubiera olvidado cómo se hace y solo quedara un eco al fondo. Usualmente en esas épocas solo me dedico a ver memes, compartir unos cuantos y ver recopilaciones de videos graciosos y por supuesto videos de gatitos.


En estas últimas semanas, he podido hacer más que eso. He podido leer. ¡He podido leer, carajo!


La foto con la que inicia esta entrada muestra los libros que he leído: El ataque de los zombis (parte mil quinientos), de Raquel Castro, Dispárenme como a Blancornelas, de Daniel Salinas Basave, y un surtido de Alberto Chimal: Vecinos de la Tierra, Gente del mundo, La saga del Viajero del Tiempo, y Plasma. Bueno, el de Daniel Salinas Basave aún lo estoy leyendo, pero no lo suelto, no lo suelto.


Además de por cariño hacia Raquel y Alberto, y por lo que sus escrituras significan para mí, elegí esos libros porque pensé que iban a ser más sencillos de aprehender. Me explico. Partes de esos libros ya las había leído, fuese en otros libros como El Viajero del Tiempo, Éstos son los días o Festín de muertos, en alguna página de internet, posts de Twitter, o los había escuchado en vivo, como "Manda fuego" y "Se ha perdido una niña". Ya tenía, pues, una idea de a lo que me iba a enfrentar y lo que podía esperar.


Sé que hay un término para lo que intento decir, pero no lo recuerdo; si lo hago, lo pongo por acá. En mi memoria ya hay una huella de las escrituras de Raquel y Alberto, ya hay un modus operandi; una serie de personajes, frases, expresiones..., la intuición de cómo están teijdos los textos. Así, por ejemplo, pude reconocer el sentido del humor de Raquel en varios de sus cuentos, o escuchar la voz de Alberto mientras hacía la lectura de "Manda fuego" (y no paraba de reírme). Pude también revivir las aventuras del Viajero del Tiempo. E incluso, con los tuits del Viajero del Tiempo, El Viajero del Tiempo y La saga del Viajero del Tiempo; y Vecinos de la Tierra y Gente del mundo, respectivamente, hacer una comparación entre las reescrituras. Detalles chiquitos, como palabras eliminadas, a aspectos ya más formales. No digo que pueda brincar a hacer un artículo sobre ello en este momento, pero darme cuenta de que no todo se había perdido entre la brain fog y otros malestares de la mente me dio una profunda alegría.


No es una victoria completa. No recuerdo a la mayoría de los personajes y más o menos recuerdo algunas tramas. De Vecinos de la Tierra y Gente del mundo ni se diga, pues los nombres nomás no se guardaron en ningún sitio, aunque puedo contar de algunos pueblos y, eso sí, quién era el narrador final. De El ataque de los zombis recuerdo que tenía muchas ganas de leer el cuento sobre un niño que descubre que su mamá no es su mamá y me gustó mucho. Y siempre es rico volver a leer el de la chica que trama un plan en plena invasión zombi (aunque de nombres nomás recuerde a Bobby). Tal vez si leo el índice o los primeros párrafos de los cuentos de pronto haya un "¡Boom!" en mi cerebro que encienda más recuerdos.


De Dispárenme como a Blancornelas no tenía muchas ideas previas, salvo el encuentro de cuentistas donde conocí a Daniel, en alguna de las FIL Guadalajara. Pero, no sé, mientras veía el librero, me atrajo. Fue como si éste fuera el momento para leerlo. Y vaya que me está gustando. Está autografiado, y Daniel pone, entre otras cosas, "Jos: Aquí en tus manos tienes una pistola cargada con seis disparos narrativos. ¿Te atreves a dispararla?". Lo tomé como reto y no me rajo.


Aún no puedo leer como a mí me gustaría, o escribir como antes, pero también le doy chance a mi cuerpo. Tres meses tirada en la cama con dolor y fatiga crónica no son poca cosa. Y sé que si me emociono demasiado, puedo colapsar otra vez. Mejor poco a poco. Mas, como dice el título de esta entrada, esos ratos de lectura son un paso en el camino a recuperar mi vida. Son el entrenamiento para que mi cerebro se acostumbre otra vez a ciertos procesos y pueda hacer más cosas después, como seguir estudiando, aunque sea por mi cuenta; o participar en convocatorias, concursos, congresos y demás.


Mi algólogo me decía que ya quiere que ande de aquí para allá, por todos lados. Y un amigo querido (¡Paul!) me hizo ver algo: el "moverme" no necesariamente tiene que ser de forma física. "Llegan más lejos las palabras que los pies", me decía, y fue una explosión en mi cabeza. Quizá no pueda comerme el mundo como yo quiero, pero tengo una gran herramienta: mis palabras. Mi escritura. Y, curiosamente, se liga con lo que dice Leola, la protagonista de mi libro favorito, Historia del Rey Transparente, al inicio del mismo:


Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre. He visto en mi vida cosas maravillosas. He hecho en mi vida cosas maravillosas. Durante algún tiempo, el mundo fue un milagro. Luego regresó la oscuridad. La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste contra la puerta. Un sólido portón de madera que no tardará en hacerse trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen a por nosotras. Las Buenas Mujeres rezan. Yo escribo. Es mi mayor victoria, mi conquista, el don del que me siento más orgullosa; y aunque las palabras están siendo devoradas con el gran silencio, hoy constituyen mi única arma.

Escribir es también mi mayor victoria, mi conquista; ese algo que no me pueden quitar. Tal vez algunas cosas no las he escrito dejando un registro físico, pero la creación de historias no se ha suspendido jamás dentro de mí. Y eso lo aprendí de otra amiga.


Creo que es todo por ahora. Podría decir muchas cosas más, pero prefiero no abusar; además Zack me está esperando para que le dé de cenar y es muy dramático si me tardo, como todo buen gato.


Si leíste hasta acá, muchas gracias. Todavía no sé cómo arreglar lo de los comentarios, pero espero poder hacerlo pronto. Si gustas mandarme un mensaje, puedes usar el formato de Contacto.


Jos



Entradas recientes

Ver todo

Comentarios


bottom of page