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In Memoriam: Mamá Mina

  • Foto del escritor: Joselyn Silva
    Joselyn Silva
  • 24 oct
  • 22 Min. de lectura
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.

Hey. Este es otro intento de volver al blog. Originalmente iba a contar las últimas noticias en torno a mi salud, escritura y demás, pero el cuerpo no ha cooperado. Hoy, bueno, es diferente. Viene un texto muy largo, así que quien guste, pase y lea; escribo con el corazón en la mano.


El viernes 10 de octubre falleció Mamá Mina, mi mamábuelita, como diría Leo. Y es que fue más que mi abuelita, fue mi segunda madre dado que ella me crió desde bebé y hasta la mayoría de edad, casi. Y aun siendo adulta seguía cuidando de mí.


No se tome esto como un acto egoísta o como si buscara protagonismo. Mamá Mina cuidó de todos cuantos pudo, pero esta es mi historia y éste, un pequeñísimo homenaje a una mujer grandiosa, que superó no sólo toda dificultad, sino que vivió con un aplomo único; siempre tuvo una fortaleza insuperable y un amor que no conoció límite alguno.


Mamá Mina nació en San Juan Tumbio, un pueblito de Pátzcuaro, Michoacán, en marzo de 1924. Sí, hace 101 años. ¡101 años! Más de un siglo. Cuando pienso en ello me maravillo de todo lo que debió haber vivido, presenciado, de todo lo que fue testigo. Cuando era niña me contaba historias de las guerrillas, de cómo su madre las guardaba para que no se las robaran, de los años convulsos de nuestro México.


A los diecinueve años —si la memoria no me falla— se casó con mi abuelo. Tuvieron una boda sencilla, pero hermosa. El sacerdote de Zirahuén, el Padre Pocitos, fue quien pidió su mano y mi bisabuelo, aunque la adoraba, la otorgó. Me contaba también que después de su boda fueron a la Laguna de Zirahuén y mi abuelo remó por toda ella para llegar al otro lado, a donde estaba su ranchito. Ahí Mamá Mina sembró de todo; las frutas, verduras y legumbres crecían por todo el lugar, donde además había animales de todo tipo y hasta un riachuelito en el que jugaban mis tíos. De película. Me imagino la escena: ella toda preciosa, atravesando la laguna con mi abuelo, con los ojitos brillando de alegría.


En el rancho Mamá Mina preparaba de todo: queso, requesón, mantequilla, jocoque, rompope, gorditas de nata, platillos diversos... lo que se les ocurra y antoje ella lo hacía. Cada tanto mi bisabuelo iba a verla y regresaba con su burrito cargado de productos de la tierra y de las manos santas de mi abue. Y así fue muchos años hasta que él falleció en un accidente. Mi abue además vendía raspados. ¡Sí, raspados! Iba por el hielo a Pátzcuaro, lo envolvía y lo cubría con aserrín para que no se derritiera tan rápido, preparaba los jarabes con fruta natural y vendía sus raspados. Debieron ser los más deliciosos de todo el lugar.


Años después mi abuelo, que trabajaba en el campo en Estados Unidos, se contagió de algún virus y no fue atendido debidamente, así que terminó falleciendo muy joven, sólo unos años más grande que yo en la actualidad, unos treinta y cinco años, más o menos (sospechamos que tenía Guillain-Barré, pero ésa es otra historia). Los hermanos del abuelo le quitaron todo a mi abuelita, así que tomó una decisión arriesgada: venirse a la Ciudad de México con sus hijos y lo mínimo de recursos.


Cuando pienso en Mamá Mina me imagino la incertidumbre que vivió. Si bien un primo suyo le echó la mano al principio, no era resolverle la vida. Claro, pasaron cosas entre la muerte de mi abuelo y esto que les cuento; tampoco es esto una biografía súper detallada. Sin embargo, repito: imaginen el miedo, la incertidumbre, la valentía que se requirió para dejar todo cuanto conocía y a su familia (su madre, hermanas, etcétera) en busca de un mejor futuro para sus hijos. Porque ése era su principal motivo: que sus hijos tuvieran una mejor vida.


Ya en la Ciudad de México Mamá Mina trabajó de todo lo que pudo: lavando y planchando ajeno, inyectando a quien lo solicitara (cuando las jeringas eran de vidrio y se hervían), cosiendo y confeccionando prendas, cobrando rentas, siendo portera del edificio, cocinando... Se esforzó muchísimo para que a sus hijos no les faltara lo indispensable.


Creo que una de las anécdotas que más me arrugan el corazón fue un enero cuando no tenía un centavo para darles de cenar a sus hijos por el Día de Reyes. Entonces lo vio: un camión de pasajeros acercándose. Tragándose el orgullo y la vergüenza, le hizo la parada, se subió y le pidió permiso al conductor para cantar. Y así, cantando en los camiones, ese cinco de enero reunió lo suficiente para llevarles un pan a cada uno de sus hijos a modo de regalo. No sé si mis palabras alcancen a transmitir lo que ese hecho significó: imagínense a una madre desesperada que usó su voz como último recurso para que sus hijos no se acostaran con la panza vacía.


Las siguientes canciones eran de sus favoritas y es otro modo de recordarla:


"Cruz de olvido", Chavela Vargas



"Pescador", Artistas Varios



"Vereda Tropical", Eydie Gorme y Los Panchos



Ésa era (es) mi abue: una mujer en extremo fuerte, audaz, valiente; una madre entregada a sus hijos y a Dios, alguien que no tenía miedo a vivir, sino al contrario, que hacía todo lo posible para salir adelante empezando desde cero, así fuera una y otra vez.


Me cuentan mi madre y mis tías que Mamá Mina era muy dura con ellos. Y cómo no serlo. Viuda, con siete hijos y un destino incierto, tenía que mostrarse así: dura, a veces hasta inflexible. Gracias a ello mi madre y mis tíos estudiaron y hoy la realidad de la familia es distinta, muy distinta a lo que todos ellos vivieron. Y es que siempre nos lo repitió, también a los nietos y bisnietos: sólo el estudio los podría sacar adelante. Y así fue.


Con los nietos Mamá Mina era diferente. Según me dicen, se volvió más tierna, más apapachadora, más consentidora. A varios nos cuidó y crió desde nuestro primer día, sobre todo al mayor, a mi hermana y a mí.


A todos los nietos que cuidó nos tejió infinidad de prendas y hasta nos hizo nuestros trajes para los Jueves de Corpus Christi. Cada año íbamos a la iglesia vestidas de guaritas, con blusas que ella confeccionó y bordó, con collares adornando nuestros cuellos y listones nuestro cabello, con pulseras de colores, y huarachitos que seguro trajo de Michoacán. Era no sólo divertido, sino hermoso. Varias fotografías nos muestran afuera de la iglesia de San Juditas vestidos así.


Me permito aquí contar varias anécdotas de mi vida con ella. De nuevo, no es una búsqueda de protagonismo, sino la manera de llevar mi duelo y de recordarla. Si ofendo a alguien con esto, ofrezco una disculpa sincera; no es mi intención ni remotamente.


Saben, mi nombre se lo debo a ella. Cuando nací al estúpido del doctor se le pasó la anestesia (o es lo que nos dicen), mamá se puso muy mal y a mí sólo me envolvió en una toalla y me dejó en una cama para que me muriera. Incluso ya tenía mi certificado de defunción. A ese grado. La tía (mi otra mamá) que acompañó a mi madre le avisó al resto de hermanas y rápidamente se movieron. Una se quedó cuidando de los primos y mi hermanita, otras dos se movilizaron para sacarme de la clínica, llevarme a La Quebrada y estabilizarme, otra más se quedó con mi madre, y mi abue... ay, mi abue. Ella fue volando por el párroco de Cuautitlán para que yo no muriera sin ser bautizada. El sacerdote le explicó que ella podía hacerlo porque era un caso de emergencia, pero ella se negó y a empujones lo llevó para que me bautizara. Y es que Dios y los Santos Sacramentos siempre fueron vitales para ella. Es así que cuando el padre preguntó qué nombre llevaría, ella designó que fuera Joselyn. Mamá iba a ponerme como ella, Josefina, y yo hubiera sido la más feliz, mas así ocurrieron las cosas y ahora porto orgullosa ese nombre, Jose, como ella (no José, aclaro, sino Jóse).


Dado que mis papás trabajaban de sol a sol, ella me cuidó. Me llevaba a la escuela, iba por mí, me preparaba los más deliciosos guisos, me consentía como ella sola. Recuerdo que algunas de mis tías le echaban pleito porque la comida no picaba y ella replicaba que era para mí y que no le iba a poner picante. Así disfruté de todos sus platillos: tortitas de nopal, brócoli, coliflor, pescado, papa, chayote, chayote con espinas, chilacayote, huazontles; chicharrón en jitomate, caldo de res, pollo, pescado o camarón; sopas de codito, fideos, munición, estrellita, letra; espinazo, pozole, tinga, gorditas de nata, tortilla con crema y sal, tacos de limón y sal... La lista es infinita.


Cada viernes era mágico. Primero íbamos a misa a San Juditas, luego nos pasábamos al mercado cercano y ahí, la gloria: me compraba un pescadito frito con aguacate, mayonesa, cátsup y limón (sin salsa Valentina porque estaba chiquita). Hasta la fecha cuando veo los pescaditos fritos me acuerdo de esas expediciones. A veces, cuando se podía, me daba una moneda para que hiciera con ella lo que quisiera; eso sí, siempre de su mano. Fue así que tuve muchos juguetes bootleg (piratas, pues) de Power Rangers, Pokemon y figuras de animales como tiburones o dinosaurios de plástico translúcido, de los cuales conservo algunos. Otras veces me compraba cassettes y sólo cuando quería consentirme de más me compraba un coctel de fruta con crema chantilly; era raro, porque ella solía prepararme los cocteles en su casa, mas había momentos especiales en los que cumplía mi deseo infantil de uno de los vasos coloridos con exceso de azúcar.


Algo que quisiera destacar de mi abue es que ayudaba a todos cuanto podía. Cuando íbamos al mercado, optaba por comprarle a las mujeres que llevaban lo que sembraban y cosechaban antes que a los puestos grandes. Y me repetía que ayudara siempre que pudiera; «haz una mesa más larga, no una pared más alta», solía decir. No sé si se acordaba de sus años en el rancho, pero era algo que se repetía con frecuencia. Asimismo, cuando iba a San Juan Tumbio llevaba maletas y bolsas llenas de ropa y juguetes; y viceversa cuando se venía. Siempre llegaba cargada de pan, corundas normales y rellenas, tamales de zarza, huchepos, fruta... Y así fue siempre hasta que no pudo viajar más. Mi papá incluso compró una hamburguesa para la camioneta para que ahí fueran las maletas y en la cajuela, que no era completamente cerrada, todos los alimentos que compraba para venir y repartir. A todos nos tocaba algo, así fueran una o dos piezas. Juro que no he probado pan más delicioso que el de conserva que ella pedía en el mercado de Pátzcuaro, con la misma viejita de siempre.


También algo que se repetía con frecuencia eran sus viajes a Michoacán. A mí me llegó a llevar varias veces a los cumpleaños de su mamá y otras para ver a sus hermanas. Era divertido porque se reunían todos los hijos, nietos, bisnietos, tataranietos y demás. Mamá Mago (mi bisabuelita) optaba por preguntar «¿Y tú de quién eres?» cuando no conocía a alguno. Fue que aprendí a decir que era de Jose. Y así lo seré siempre, hasta mi muerte y después de ella.


Algo que me hubiera encantado hacer con ella eran sus mandas a la Virgen de Acahuato, otro pueblito de Michoacán. Ahí hay un árbol que solamente el 2 de febrero florece y hace caer el rocío. Ella iba cada año desde que mi abuelo vivía y lo siguió haciendo hasta que la inseguridad en la región la detuvo; pero aun así fueron más de cincuenta años de peregrinaciones. Se quedaba a dormitar en la iglesia, cantaba las Mañanitas a la Virgen, disfrutaba de los músicos, mojigangas, visitaba el árbol milagroso... y nos contaba de ello.


Otro acto maravilloso era cuando me llevaba a ofrecer flores a la Virgen. Todo el mes de mayo íbamos a la iglesia después de comer. El sacerdote, el Padre Carlos, hacía todo muy ameno. Recuerdo que sacaban flores artificiales y las niñas (principalmente, aunque también había uno que otro varoncito) hacíamos el recorrido hacia el altar con las flores en la mano mientras todos los demás cantaban melodías como la siguiente:


Mientras recorres la vida,

tú nunca solo estás,

contigo por el camino,

Santa María va.


CORO:

Ven con nosotros a caminar,

Santa María, ven. (X2)


Aunque te digan algunos,

que nada puede cambiar,

lucha por un mundo nuevo,

lucha por la verdad.


CORO:

Ven con nosotros a caminar,

Santa María, ven. (X2)


Si por el mundo los hombres

sin conocerse van,

no niegues nunca tu mano

al que contigo está.


CORO:

Ven con nosotros a caminar,

Santa María, ven. (X2)


Aunque parezcan tus pasos

inútil caminar,

tú vas haciendo caminos,

otros los seguirán.


Pueden escucharla acá, de parte de Flor y Canto:



Al igual de otras, como las que comparto a continuación:


"Adiós, Reina del Cielo", Flor y Canto.



"Demos gracias al Señor", Flor y Canto.



En verdad era hermoso. Aun hoy las canciones que cantábamos me emocionan y me arrugan mi corazoncito. Después de ofrecer las flores regresábamos caminando y en ocasiones pasábamos por una tienda que quedaba de camino. Mamá Mina se abstenía de comprarme dulces o papitas, porque decía que mejor me preparaba algo en casa, generalmente fruta picada con azúcar, como naranjas o guayabas, así como duraznos verdes con sal o chayotes con limón. Solamente una vez me compró un chocolate y me acuerdo perfecto de su sabor; era una barrita que sacó la empresa que hace el famoso Chocomilk de Pancho Pantera. En verdad fui una niña muy feliz todo el tiempo que viví con ella.


Lo que sí ocurría era que me compraba en la papelería de la calle donde vivía peluches chiquitos de los que tienen bolitas que les daban el peso necesario para sentarse. Y todavía los conservo: un changuito, perritos, un caballo, una abejita... Incluso una vez me regaló un patito de hule como el de Enrique, de Plaza Sésamo, comprado en un Gigante. Sin embargo, los mejores regalos eran los que hacía con sus manos santas: bufandas, servilletas, gorritos... Y por supuesto, me enseñó a tejer y bordar. Aún tengo la primera servilleta que bordé con cadena y una bolsa en forma de gatito que tejí y a la cual ella le hizo las facciones. Es curioso, nadie le enseñó a dibujar, pero de todas formas tejió y bordó muchas figuras, como gatitos, fruteros, perritos, chinitos y muchos más.


Un camello que me trajo de Tierra Santa y el changuito que les contaba, de la papelería
Un camello que me trajo de Tierra Santa y el changuito que les contaba, de la papelería

Viajar con ella era maravilloso, así fuera a MIchoacán, Tabasco o a ver a alguna de sus hermanas o hijas. Siempre le agradeceré que me cuidaba celosamente. "Las niñas no deben estar más lejos que el vuelo de la falda de la madre", solía decir. Jamás nos dejó a mi hermana o a mí a solas con un varón, aunque fuera un tío o un primo. Cuando jugaba con mis primos, era bajo su mirada; ni siquiera si yo le pedía que nos dejara solos lo hacía. Antes no lo entendía, pero hoy le agradezco esas precauciones.


Mamá Mina también fue la responsable de que me gusten las historias. Cuando caía una tormenta en Izcalli y se iba la luz, ella me sentaba a su lado, me cubría con su rebozo o chalina, me acomodaba en su regazo y me contaba historias. Fue así que aprendí de sus aventuras y travesías, de Mamá Mago y su caballo blanco, del rancho; y también historias bíblicas del Antiguo y el Nuevo Testamento. Me sabía de memoria la vida de Jesús, la Virgen María y San José. Así, entre sus brazos, dejaba de tener miedo, pasaba la tormenta y todo volvía a la calma. Luego íbamos a la cama, rezábamos juntas y dormíamos lado a lado; siempre me ponía contra la pared para que no me cayera y se aseguraba de que durmiera profunda y calmadamente. Sentir su mano sobre mi espalda o mi pecho era el mejor alivio contra el insomnio y el miedo.


Y ya que salió lo del caballo blanco, les cuento otra anécdota. Como les decía, ella me contaba las historias de su familia. Una de ellas era de Mamá Mago y su caballo blanco. Con él recorría pueblos enteros de Michoacán y llevaba el cine cuando éste apenas empezaba. El cuento que escribí sobre ello, con el que gané el VII Concurso de Cuento Histórico de La Ibero, cambia los tiempos porque tenía que adecuarse a la Independencia o La Revolución, pero en esencia dice la verdad: Mamá Mago se paseaba con su caballito blanco llevando el cine hasta los últimos rincones del bello Estado de Michoacán. Recuerdo que un día hablaron de La Ibero para decir que tenía que ir a la premiación; no dijeron qué lugar había ganado, sólo que debía de ir. Yo ya ni me acordaba de ello; escribí el cuento uno, por gusto, y dos, para ganar un punto extra en Historia. Cuando mis papás me preguntaron por el cuento, les conté cómo había sido todo y Mamá Mina se sumó a nuestra ida a la que sería, años más tarde, mi Alma Máter.


Recuerdo perfectamente la ceremonia. Uno a uno fueron pasando los ganadores de las Menciones Honoríficas y mi nombre no aparecía. Luego el tercer lugar y nada. El segundo y zas, tampoco. Fue entonces que mis papás y Mamá Mina lloraron de alegría. Y sí, nombraron el primer lugar y era yo. La directora del Departamento de Historia me pidió que dijera algunas palabras, aunque yo no podía ni hablar. Dije la verdad: el cuento estaba basado en hechos reales y era la vida de mi bisabuela y mi abuelita, ahí presente. Recuerdo también haber volteado hacia ella; su mirada era de orgullo, de satisfacción. Me pidió que le diera el cuento, lo leyó un millón de veces y se lo presumió a todos cuantos pudo, incluyendo a sus hermanas. Lastimosamente no tengo fotos de ese día, pero ese cuento, esa historia, fueron un parteaguas en mi vida y en mi carrera profesional. Gracias a él mis padres se convencieron de que lo mío eran las Letras y que si quería estudiar Literatura Latinoamericana en La Ibero (porque además me dieron una beca por haber ganado y luego me gané la Beca de Excelencia también), seguro iba a triunfar, algo que Mamá Mina sabía de sobra.


Revista de Arqueología Mexicana número 102, donde se publicó "El caballo blanco"
Revista de Arqueología Mexicana número 102, donde se publicó "El caballo blanco"

En una FIL Minería me encontré AM 102 y por supuesto que compré un par. Me parece que se sigue vendiendo, así que si gustan, pueden buscarla. De todas formas voy a subir el cuento con correcciones un día de éstos.
En una FIL Minería me encontré AM 102 y por supuesto que compré un par. Me parece que se sigue vendiendo, así que si gustan, pueden buscarla. De todas formas voy a subir el cuento con correcciones un día de éstos.

Cuando por ratos me quiere ganar la tristeza me aferro a momentos así, a una Mamá Mina fuerte, templada, con una mirada segura. Me acuerdo de lo que ella pensaba de mí y quisiera estar a la altura de esa visión. Quisiera también ser una mínima parte de lo que ella fue, para de esa manera honrarla.


Algo que siempre admiré y admiraré de mi abue es que, pese a haber estudiado sólo hasta tercero de primaria, era una de las personas más cultas y de las mejores lectoras que he conocido. Cuando me dejaban lecturas de la escuela ella las hojeaba y si le gustaban, me las quitaba hasta terminarlas. Lo mismo con los libros que me llevaba a su casa durante las vacaciones. De los libros que ella leyó durante toda su vida, dos fueron muy notables: El Mesías: El niño judío, de Anne Rice; y La madre, de Máximo Gorki. También le gustaban algunos poemas, canciones, libros álbum, textos religiosos como la Biblia o las vidas de los santos, los poemas de Wojtyla... Esa es otra de las razones por las que asocio mi amor por las Letras con esas tardes literarias a su lado, como cuando algunas comunidades primitivas se reunían alrededor del fuego para que los ancianos y sabios contaran sus historias, normas, memorias, etcétera. Ella era fuego y canto.


Otra anécdota que siempre alegra mi corazón y me hace decir «ah, qué mi abue...» fue cuando nos secuestró a mi hermana y a mí para ir a ver al Papa, jijijiji. Debió haber sido la visita de Juan Pablo II de 1999. No tengo muy claro cómo pasó todo, pero de un momento a otro mi abue nos preguntó si queríamos ver al Papa y claro que dijimos que sí. Así, sin más, empacó nuestro lunch, nuestras sillitas de madera y nos fuimos hacia algún lugar. No sé cómo lo consiguió, pero recuerdo que estábamos en alto, en primera fila ¡y que sí pasó el Papa! Lo vimos desfilar en su Papamóvil, recibimos la bendición y de algún modo salimos de ahí, porque había un mar de gente. Lo único malo es que no le dijo a nadie a dónde íbamos, así que mi madre y mis tías estaban desesperadas porque no aparecíamos. Llamaron a todos los sitios posibles (aun no había muchos celulares) y ni una noticia de nosotras. Mi pobre madre pensaba lo peor, hasta que llegamos ya tarde. Ante los reclamos de sus hijas, solamente soltó un «fuimos a ver al Santo Papa y qué». Así era Mamá Mina: hacía su santa voluntad y no había persona, lugar o condición que la detuvieran.


Otros ejemplos de que hizo lo que se le antojó fueron todos los viajes que hizo. Llegado un punto, nos pidió a todos que no le diéramos regalos, sino dinero para dichos viajes. Iba a Estados Unidos a ver a su hermana, Mamá Nico, y aun con las restricciones (que antes eran menos), se traía comida, ropa, flores y todo cuanto quería. Muchos de los rosales y geranios de su casa, de los que luego nos regaló un piecito, vienen de allá. Yo aún tengo prendas que me compró y si algún día la vida me concede tener hijos, serán para ellos.


También viajó a Europa y África. Fue unas tres veces a Roma, se maravilló con El Vaticano, tomó misa en la Basílica de San Pedro, tuvo una audiencia con el Papa Juan Pablo II. Nos contaba que cuando pasó, le gritó «¡Juan Pablo, hermano, ya eres mexicano!», él se volteó, caminó hasta ella y le dio la bendición. Yo estaba súper emocionada con sus relatos y juré que un día imitaría sus pasos, y así fue.


Hizo recorridos muy extensos. Visitó Polonia también, fue a la casa del Papa Karol Wojtyla, y obvio tenía que ir a Tierra Santa, antes de que hubiera tantas guerras. Si no me equivoco, fue dos veces. Ahí visitó el Santo Sepulcro, el Huerto de los Olivos, y otros tantos lugares considerados santos. Pero, sin duda, lo que se lleva las palmas fue cuando visitó Egipto. Mamá bromeó con ella diciéndole que si no se subía a un camello y se tomaba una foto, no regresara. Y lo hizo. ¡Se subió al camello y pidió que le tomaran una fotografía! Me contaba que el animal estaba echado, se subió y de pronto el cuidador lo hizo pararse. Al pobre le dijo hasta de lo que se iba a morir, pero cumplió la misión, le trajo a mi madre esa foto que resume cómo era ella: aventada, valiente, audaz, fuerte.


Yo en aquellos años sólo le pedí una cosa: una piedrita de los sitios que visitara. Fue así que me trajo paquetitos con arena, tierrita, piedras chiquititas y hasta unas hojitas de olivo, que conservo guardados celosamente. A todos nos trajo algo. Creo que lo más admirable fue que trajo tres esculturas de La Piedad: una para ella, otra para mi tía-mamá y una para nosotros. Pero en serio, no sé cómo, a todos nos trajo varios detalles, desde bolsas, peluches, dijes, pulseras, esculturas... Todos en la familia conservamos en nuestra casa alguna figura que nos recuerda a nuestra abuelita viajera.


Algunas de las piezas que me trajo de Tierra Santa y Roma
Algunas de las piezas que me trajo de Tierra Santa y Roma

Y por supuesto, no puedo dejar de contar de cómo consiguió un vuelo gratis París-México. Sucede que en su último viaje perdió su visa en el barco. Antes no estaban pegadas al pasaporte, sino que era una tarjeta suelta y por desgracia la extravió. Sus maletas viajaron sin ella, porque era un vuelo con escala en Estados Unidos y no la dejaron abordar. Una prima de mi mamá se quedó con ella mientras los demás regresaban. Sin hablar una palabra de inglés o francés, agarró del brazo a un sujeto del aeropuerto, le dijo «no sé cómo, pero tú me regresas a mi país» y no lo soltó hasta que tuvo en su mano los boletos de vuelta a su México querido. No le cobraron un solo centavo, la escoltaron hasta el avión y llegó un día de la nada a medianoche con sólo su bolsa de mano. Después de eso ya no quiso viajar, pero quedó como anécdota y además detonó una extraña coincidencia: todos quienes hemos viajado fuera del país nos hemos perdido o hemos tenido algún inconveniente, como yo que me perdí en Inglaterra cuando me fui de verano a estudiar.


Algo que no he dicho por acá es la forma cariñosa como me llamaba;

era su

«Pedacito de cielo».


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Me llamaba así incluso cuando su mente ya le jugaba chueco, por el deterioro cognitivo natural de su edad. Podría olvidarse de muchas cosas, pero no de que era su Pedacito de cielo. Siempre que iba a verla me tomaba de la mano y cuando mis tías le preguntaban quién era yo, respondía sin dudar: «es mi Pedacito de cielo». Ella usaba mi otro nombre y entonaba una canción con ello, pero el «Pedacito de cielo» se sobreponía. Y así lo seré hasta el último de mis días y después de ellos. Siempre seré su Pedacito de cielo, su chiquita. Y sé que siempre contaré con su bendición.


En 2022 la revista Metáforas al Aire, de la UAEM Morelos, me publicó un poema que le escribí a Mamá Mina justo con ese «Pedacito de cielo», mismo que pueden leer a continuación:


[Nota: ésta es una versión anterior a la publicada. La palabra «cariñoza» está correctamente escrita por una situación particular, mas debería tener una señalización como itálicas o negritas].
[Nota: ésta es una versión anterior a la publicada. La palabra «cariñoza» está correctamente escrita por una situación particular, mas debería tener una señalización como itálicas o negritas].

Recuerdo que en una ocasión una persona muy espiritual, que se dedicaba a la curación alternativa, me dijo que había dos personas que le rezaban con mucho fervor al Sagrado Corazón de Jesús por mí. Por supuesto, una de ellas era mi abue. Toda su vida fue muy devota del Sagrado Corazón y hoy sus cenizas descansan en una urna que tiene un Sagrado Corazón muy hermoso. Sé que su mano en cruz siempre me protegerá; «que nunca nada malo te pase, chiquita linda», me decía después de darme su bendición; y espero que así sea hasta el último de mis días.


Podría seguir contando historias sobre ella. Contaría, por ejemplo, de la vez que paró no uno, sino dos trenes, de todos sus consejos, del sabor de su sopa de fideos que nadie ha podido igualar, de cómo nos inculcó su fe y valores, de lo avispada que era y que nadie le podía ocultar nada, de cómo cargaba a mi madre, quien llevaba sus dos piernas enyesadas, y subía por todo el camino empedrado de San Ángel hasta el hospital donde la atendían, de la canción que entonaba sobre su pueblo amado (en ese San Juan Tumbio de perales en flor...), de lo guapa y elegante que fue hasta el último de sus días, de los billetes que me daba a escondidas cuando eran tiempos de vacas flacas, de lo orgullosa que estaba en la boda de mi hermana, de sus oraciones y bendiciones, de cómo ayudó al párroco de San Juditas a construir la iglesia, de sus vendimias de fruta picada, del modo de preparar los mangos como sólo ella sabía, de las reuniones para cortar los frutos de su peral, de las conservas que hacía, de cómo cuidaba de Bobby, de cómo me preparaba el caldo de pollo, de cómo se adueñaba de lo que le gustaba como lentes o prendas, de los conciertos de Juan Gabriel a los que íbamos y en los cuales se paraba a cantar, de cómo compró varios nichos para que todos descansemos juntos en suelo santo, de todas los eventos de Semana Santa, de su modo único de rezar el Santo Rosario, de cómo se emocionaba con los mariachis, de cómo cantaba "Caminos de Michoacán", "Vereda Tropical", "Cruz de Olvido" o "Juan Colorado", de cómo aprendió a usar una cámara, de sus álbumes, de la No me olvides que le regaló mi abuelo y la cual conservó hasta que se hizo polvo fino... No acabaría nunca. No sólo fueron ciento un años, fueron miles de vidas que tocó profundamente, desde sus padres y hermanos, naturalmente sus hijos, nietos y bisnietos; hasta sus vecinos y gente que acogía como si fuera su familia...


Para recordarla alegremente, pongo por acá algunas de esas canciones que tanto le gustaban, y otras para apapachar al corazoncito que sigue llorando.


"Caminos de Michoacán", Mariachi Nuevo Tecatitlán



"Vereda Tropical", Eydie Gorme y Los Panchos



"Amor eterno", Juan Gabriel



"Abrázame muy fuerte", Juan Gabriel



"Juan Colorado", Mariachi Alas de México




"You're Not There" ("Tú no estás ahí"), Lukas Graham



"Desde mi cielo", Mägo de OZ



"Cempasúchil", Monsieur Periné



"He Lives in You" ("Él vive en ti"), Musical del Rey León




Creo que todos en la familia sabíamos que este día iba a llegar, pero muchos nos rehusábamos a creerlo, como si eso anestesiara el dolor. Y es que Mamá Mina siempre estuvo presente, no sólo en las buenas como los cumpleaños o graduaciones, sino en los momentos más amargos y aciagos como muertes u hospitalizaciones. Yo no conocía mundo alguno sin ella y es una pérdida irreparable. Sólo me queda la esperanza que nos inculcó: vernos algún día cuando llegue nuestra hora, que ella me reciba con los brazos abiertos como cuando me esperaba al salir de la escuela, escuchar su voz, verla del brazo de mi abuelo, agradecerle por todos sus cuidados y bendiciones. Y es que de no ser por ella, no sólo ya no estaría aquí, sino que me hubieran pasado cosas mucho peores. Fue mi abuelita, sí, pero también mi mamá, mi amiga, mi Maestra, mi cómplice, mi narradora favorita y mucho, mucho más. Por eso cuando en su velorio tres personas sumamente insensibles y crueles (por no decirles de otra manera) me dijeron, casi ordenando, que me callara y dejara de llorar después de su misa, las mandé lo más lejos que pude y cayeron de mi gracia. Nadie debería extender comentarios así, ni siquiera si es con «buena intención»; las palabras no tienen regreso. Creo que lo correcto ante una muerte es acompañar. Además de la familia extensa y otros que se aparecieron por ahí, estuvo mi BFF Leo. A diferencia de esas tres innombrables, él me dejó llorar mientras me abrazaba. Cuando pude calmarme nos sentamos y hablamos de Mamá Mina; me preguntaba cosas como mi momento con ella favorito o lo que más me gustaba de ella; también hablamos de sus viajes y de lo del Papa. Pero sobre todo, me supo acompañar, supo darle un abrazo a mi corazón. El verdadero amor, sea entre hermanos, padres e hijos, amigos... es así: acompaña, consuela, apapacha.


Y es que repito, no sólo fue mi abuelita, fue y sigue siendo una de las personas más importantes e influyentes de mi vida. Soy quien soy gracias a ella. Sus cuidados iban más allá de sólo ir por mí a la escuela o hacerme de comer; siempre me protegió y se aseguró de que fuera una buena mujer, de buenos sentimientos, que ayuda a quien puede, que estudia y sale adelante. Ella quería que fuera feliz y prometo hacer todo para ello. Quiero cumplir las promesas que le hice tanto en vida como en muerte, así que toca seguir luchando, hasta que las fuerzas me abandonen y trascienda.


La última vez que hablé con ella y me despedí, me preguntó por qué me iba. Yo le mostré una foto de Zacarías y le dije que tenía que volver a casa para darle de comer, de modo que no se angustiara. Ella acarició la imagen y me dijo que sí, que me viniera porque el bebé me necesitaba. Luego, el sábado anterior a su partida, fue la última vez que la vi. Ya no hablaba. Me senté a su lado, tomé su mano y me apretó. Y así fue su final: dormidita, tomando la mano de quien estuviera cerca. Dicen que es la «muerte de los justos» y es lo que ella merecía, sin sufrimientos ni agonías terribles. Sólo se quedó dormidita y ya no despertó, como cuentan que pasó con su mamá. Seguramente ella y el bisabuelo la recibieron, además de sus hermanos que se adelantaron, el abuelo y hasta mi primo. Quiero creer que así fue.


Me hubiera gustado estar más cerca de ella los últimos años, pero los achaques de salud eran un freno. No quería dar problemas sintiéndome mal. Sólo en una ocasión, creo que una Navidad o un Año Nuevo, ella me pidió que me quedara y no me soltaba. Esa noche me quedé en su casa. La vi tranquila, se rio como niña chiquita después de una travesura, como diciendo «lo logré». Y yo me sentí en paz, porque recordé todos los días y noches que pasé a su lado, cómo me consentía y lo feliz que era.


Es lo que me queda, acordarme de lo bueno. Pero también sé que es válido llorar y desahogarme, finalmente es un duelo y aparte de mi primo, no había vivido una muerte tan cercana, por lo que todo esto es nuevo para mi corazón, mi mente y mi espíritu. Es así que si lloro no es por debilidad, sino, como me dice mamá, porque soy muy sensible y es natural después de una pérdida como la de ella.


Mamá Mina:

Por favor espérame y recíbeme cuando llegue mi hora. Síguenos protegiendo con tu santa bendición, no permitas que nos separemos, manténnos unidos y cuidando unos de otros, y sobre todo, gracias por todo lo que hiciste por mí. Te llevo siempre en mi corazón y espero vernos en la eternidad, donde no hay dolor ni sufrimiento. Sigue acompañando mis pasos, no me dejes sola ni un solo momento.

Te amo.


A quienes leyeron todo esto, que es un montón, también gracias. Espero haber honrado la figura poderosa y amorosa de mi abue. Queda mucho por decir y contar, pero como decía Michael Ende, ésa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.


Ahora voy con Zacarías, quien ha estado súper amoroso y apapachador. Creo que sabe perfectamente cómo me siento e intenta consolarme y arroparme, como lo hiciera Mamá Mina. Le pedí que él que anda entre los dos planos le lleve mi mensaje y sé que lo hará. Algún día todos nos reencontraremos en la luz. Mientras tanto, queda seguir de pie y luchando, como ella lo hubiera querido.


Finalmente, comparto esta canción, "La estrella que más brilla", porque, como dice mamá, Mamá Mina no se fue; se transformó en una estrella y la más brillante.



Hasta después,


Jos(e)

 
 
 

2 comentarios


Norma Zr
Norma Zr
25 oct

Gracias bbnejoton, mi mamita nos dejó un legado invaluable de enseñanzas. Te amamos

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Joselyn Silva
Joselyn Silva
25 oct
Contestando a

Así es, bonita. Mamá Mina siempre seguirá con nosotros, hasta el día en que nos reunamos de nuevo con ella. Muchas gracias por leerme <3. Te amo (y siempre seré tu bbnejoton).

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© 2023. Joselyn Silva Zamora

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