Redes de apoyo. Es algo que debería ser vital para todos, pero a veces no existen, no funcionan como deberían o no son explícitas.
Reflexionando con mi psiquiatra, y con el aniversario de Pepín a unos días de distancia, hablamos del tema. Le comenté de un par de posts en redes sociales sobre el día en años anteriores. Este año no escribí nada, solo acá, en el blog. Me sorprendió comparar mis posts del 2019 y del 2020. El primero estaba lleno de dolor, de miedo, de desesperanza; ese año literalmente me quería morir. El segundo era más sensato y me causó gracia que para cerrar puse un “guiño para la Jos del futuro”: me dije a mí misma que todo iba a estar bien, que siguiera avanzando.
La doctora me hizo una pregunta interesante: «¿qué le dirías a esa Jos de hace dos años?». Es difícil. Sin embargo, recordé una entrevista que me marcó desde que la vi y hasta el día de hoy. Uno de mis mejores amigos me enseñó el documental Bowling for Columbine (Masacre en Columbine) (Moore, 2002), que aborda varios puntos alrededor de la masacre. Como se baraja siempre en actos de violencia, se culpó a la música de motivar a los chicos a realizar el tiroteo; más específicamente, a Marilyn Manson (que no se pierda la costumbre de culpar al rock y el metal; pero ése es otro tema).
El director del documental entrevista a Manson y hace una pregunta clave: «Si pudieras decirle algo a los chicos de Columbine, ¿qué les dirías?».
Pese a no haber visto la película en muchos años, recuerdo la expresión de Marilyn Manson cuando respondió «No les diría una sola palabra. Escucharía lo que ellos tienen que decir, y eso es lo que nadie hizo».
Volviendo a mi sesión de terapia, le manifesté eso a la doctora. Si pudiera viajar en el tiempo y hablar con la Jos de 2019 no le diría nada; la escucharía. Estaba en un agujero tan profundo y tan oscuro que —quizá— ninguna palabra hubiera hecho la diferencia, pero sí un acompañamiento y la escucha activa. Porque en parte era lo que necesitaba, que alguien me escuchara sin juzgarme y sin condenar mis actos. Tenía una red de apoyo, sí, pero hubo cosas que me superaron y la superaron.
Desde los días más oscuros de ese año hasta el día de hoy he trabajado para estar en paz conmigo misma. Sería muy falso decir que todo ha sido maravilloso. Me he peleado conmigo, con mi pasado y con lo que me hubiera gustado que fuera mi futuro; pero poco a poco fui aprendiendo a quererme, a perdonarme, a reírme.
Si pudiera hablar con la Jos del 2019 intentaría que se supiera amada, que supiera que hay manos que no la van a dejar caer al precipicio sin fondo; que, sí, el camino que sigue va a estar de la chingada, pero nunca va a estar sola, aunque así lo sienta. Le diría que está bien pedir ayuda y que no espere tanto. Nunca un evento es “demasiado poquito” o “demasiado chiquito” como para pensar que no vale la pena atenderlo. Al no hacerlo sigue creciendo, creciendo y termina por asfixiarnos.
Le diría también que puede hablar de esos temas con ciertas personas sin temer a sus juicios, sin preocuparse porque se pueden molestar o porque creen que es estúpido. Para el amor nada es estúpido ni poca cosa. Y esas personas escucharán, abrazarán, o simplemente —como hace falta a veces— se quedarán sentadxs a un lado, sin hablar, sin decir nada. Su compañía y su calor va a ayudar a curar. (Ustedes saben quiénes son).
Sé que en ocasiones escuchar el “todo va a estar bien” (It gets better) es un golpe al hígado, porque es tanta la oscuridad que una no cree poder salir de ahí jamás. No quiero caer en el discurso optimista enfermo de decir que todo será bonito y color de rosa, porque no es verdad, pero sí lo es el hecho de que las cosas cambian, como cantaba Mercedes Sosa. La oscuridad no dura para siempre.
O como los versos de una rola de Mägo de Oz («La danza del fuego»):
«Cuando oigas a un niño preguntar: "¿Por qué el sol viene y se va?"
Dile: "Porque en esta vida no hay luz sin oscuridad"».
Una no tiene porque levantarse y correr un maratón desde el minuto uno a partir de que amanece. Poco a poco (baby steps), con paciencia, pero sobre todo con mucho amor.
Regresando al tema de las redes de apoyo, creo firmemente que deben estar mediadas por el amor, en cualquiera de sus formas. Siempre hay signos, señales que la persona en oscuridad va dejando; pequeñas estelas que son un grito mudo pidiendo ayuda. Hay que saber reconocerlas e intervenir. Y obviamente hay que pedir ayuda a su vez, porque hay situaciones que no se solucionan con palabras bonitas y abrazos. Cuidar la salud mental y emocional es tan importante como cuidar la salud física.
Ciertamente no somos superheroínas como para “salvar” a las personas de la oscuridad, pero si sabemos que tal familiar, amigo, compañero, la está pasando muy mal, hasta un “no estás solx” puede ser el inicio de un cambio para bien. De nuevo, insisto en acudir a profesionales de la salud, pero a veces un gesto tan sutil como decirle a alguien que ese suéter le queda fabuloso, que te encanta el panqué de nuez que hace, que amas escuchar su risa, que tenerle como amigx es una bendición, que estás orgulloso de él/ella/ellx… A veces esos son detalles que pueden —literalmente— salvar una vida. No demos por hecho que las personas saben que les queremos, amamos, admiramos. Digámoslo cuanto más podamos. Desmostrémoslo.
Quizá más adelante pueda hablar más ampliamente de mis experiencias, quizá no. No pretendo ser como esos coaches que con base en sus vivencias arman discursos llenos de optimismo barato. Quisiera en vez de palabras llenas de alegría (otra vez el It gets better), decir que comprendo lo que es estar en un agujero oscuro y lleno de mierda y que es un esfuerzo mayúsculo el, para empezar, tomar la decisión de voltear a ver qué más hay ahí. Cada camino es distinto. Reitero una vez más el buscar ayuda (aunque sabemos que es un privilegio, desafortunadamente). Se sale de ahí poco a poco. Hay recaídas, hay resbalones que te tiran de pisos que habías creído conquistar, pero eso no significa que sea una pérdida total. El camino puede ser tortuoso y lleno de dolor, pero siempre será mejor que estar en posición fetal entre la mierda. Se vale hacer pausas, quedarse un momento quietos y descansar. La pulsión de vida hace que te levantes y sigas avanzando. Y un día, cuando menos lo esperas, estás fuera del pozo, puedes ver el cielo, sentir el pasto bajo tus pies y la lluvia sobre el rostro. Va a haber recaídas, pero un bache no se compara con el pozo que ya se ha abandonado, sin que eso signifique que el bache es poca cosa; duele, lastima, pero también se sale de ahí.
O como dice otra vez Mägo de Oz (no sé por qué me dio una racha de escucharlos harto, pero me ha servido) en «Puedes contar conmigo»:
«La única causa perdida, es la que se abandona
Saber encajar las derrotas, también es vencer».
Hoy estoy muy lejos del lugar donde estaba en 2019 y me da una sensación cercana al orgullo. Hoy sé que quiero vivir y que aún con los momentos difíciles quiero seguir aquí. Hoy sé que quiero vivir por mí, no solo por mi familia o amigos. Además de ellos, tengo a mi Zuri que me llena de amor y al Zack que me alegra los días y las noches cuando ronronea. Y gracias a este par encuentro otras formas de amor, acciones que me llenan el alma, como ayudar a algunos refugios que rescatan y cuidan michis o lomitos; compartir lo que tengo para ayudar a otros seres, como cuando quería ser Robin Hood o Power Ranger. (Sí soy Power Ranger, pero shhhh no le digan a nadie).
El texto quizás esté algo desorganizado, por ello lo comparto como notas. En otro momento sí me aventaré a hacer algo más estructurado.
Compas, si el sentimiento de estar en un pozo profundo sin luz a la vista los supera o si sienten que la pulsión de muerte empieza a ser más fuerte que la de vida, busquen ayuda. No hay nada deshonroso en ello ni es una debilidad. Cuidemos también la salud mental y emocional.
Les quiero y les abrazo suavecito.
Jos
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