Posiblemente este texto lo comparta hasta después, pasados unos días. Mañana, 2 de octubre, se cumple otro aniversario de la muerte de Pepín. Ya he hablado poquito de él en otras entradas y cada vez que las releo algo se mueve; no es exactamente dolor, o al menos no dolor solo; es una mezcla que aún no identifico (y que tal vez no quiera identificar).
Siempre que escribo o hablo del tema viene un sentimiento de ¿culpa?; es decir, es como si una parte de mí dijera que no tengo derecho a hacerlo. Sé que hubo personas más cercanas y que tal vez lo quisieron más (?) y es una sensación extraña, como si mi dolor fuera inválido. Sé que no necesariamente es así, pero así se siente. Poco se habla del tema de su muerte y hay que ir a tientas, tratando de no lastimar a nadie, cosa que es prácticamente inevitable.
Por respeto a los duelos de esas varias personas no anoto aquí detalles que me rompen el corazón una y otra vez; cosas que pasaron antes de su muerte, durante su funeral y después de él. Algunos los he externado con personas que estuvieron dispuestas a escucharme, pero comprendo que para ellos recordar esas cosas también es difícil.
Como he mencionado en otros momentos, compartía con Pepín muchas cosas; algunas tan simples (?) como que los dos éramos zurdos, que estábamos en los extremos de los nietos, o los tazones de caldo de pollo de Mina retacados de verduras y arroz, con sus patitas, alitas, huacal, mollejas e hígado por un lado. (Cómo comíamos tanto, no lo sé). La alegría de vernos; abrazarlo, percibir lo rico que olía siempre. Cuando enfermamos, cambiamos los recuerdos de ese caldo de pollo por el profundo disgusto que nos ocasionaba, lo mismo que cualquier presentación del chayote cocido. Deseábamos comer comida de verdad: garnachas, carnitas o cualquier cosa cuya grasa nos podía mandar al hospital. Extender nuestros límites para probar “un poquito”, “un taquito”. La desesperación ante las voces que nos recordaban que nos iba a hacer mal (sabíamos que tenían razón, pero estábamos cansados de una dieta tan estricta). Iban y venían los mensajes preguntándonos cómo nos sentíamos, preguntando respetuosa y cariñosamente después de una crisis. Las llamadas de ánimo de nuestros padres y su empatía, porque ellos compartían entre sí, quizá, los mismos miedos y alegrías. Poder externar el que no creíamos haber llegado a otro cumpleaños vivos y estables (lo más posible). Visitarlo en el hospital y llevarle algún obsequio. Sus consejos ante situaciones que a él no le parecían o que lo preocupaban; sus alertas sinceras que primero tomé a mal, pero que luego comprendí. Las insistencias en decirnos cuánto nos queríamos y tratar de levantar el ánimo del otro.
Recientemente supe de la muerte del rector de mi universidad. La misa que hicieron no fue “en memoria de” o “para su eterno descanso”, sino “una celebración y acción de gracias por la vida de nuestro hermano”. Me pareció de lo más curioso. No era un recordatorio de muerte, sino de la vida de ese hombre; daban gracias por lo que vivió, hizo, compartió. Tal vez cambiar el enfoque pudiera ayudar a ver a la muerte a los ojos y hacerla a un lado. Recordar los buenos momentos, las risas, los comentarios. Claro, el dolor por la ausencia nunca se va a ir, pero como he aprendido en terapia, no tiene mucho caso encerrarme en esa herida.
Sin embargo, escuchar varias canciones me ha permitido comprender lo que siento y ponerle nombres, frases, voz. Dejo una lista que tal vez a alguien le sirva. Sé que mi tendencia es a escucharlas mil veces hasta que la voluntad me haga cambiar la playlist y poner la música en aleatorio, o refugiarme en la lista de tal o cual concierto. Trataré de no hacerlo; llorar un poco, lo que el corazón me pida; pero luego volver a enfocarme en todo lo que quiero aprender para poder ayudar a otrxs. Seguir con el Máster en Enfermedades Autoinmunes, aunque vaya pasito a pasito, aunque la mente me diga que lo deje porque tengo demasiadas dudas. Tratar de comprenderme, comprender lo que me pasa y buscar formas de ayudar a los demás, así sea por medio de estas letras. (Cosa curiosa, me ha contactado gente de otros lados que han leído este blog o los posts en Instagram y ha pasado de todo, desde invitarme a proyectos, pedirme los datos de mis médicos o simplemente externar lo que les pasa. Eso me hace creer que sí puedo hacer un poquito de diferencia. Tal vez, como lo hace mamá, estos textos sean compartidos más y más veces hasta llegar a las personas que pudieran necesitarlos. No es tan utópico pensarlo).
Sin más, dejo una selección de canciones que, aunque me hagan llorar, también me ayudan a desahogarme. En los videos aparecen las letras y en el caso de las rolas en inglés, los subtítulos en español. Espero que ayuden, o que al menos no hagan daño. Les abrazo suavecito si también enfrentan una pérdida, viven un duelo o simplemente su corazoncito está apachurrado.
Watching Over Me - Iced Earth
Phoenix Rising - Annihilator
You're Not There - Lukas Graham
Réquiem - Mägo de Oz
Es hora de marchar - Mägo de Oz
El Templo del Adiós - Mägo de Oz
Revolución - Mägo de Oz
Alma - Mägo de Oz
The Spirit Carries On - Dream Theater
I Don't Wanna Cry No More - Helloween
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