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Foto del escritorJoselyn Silva

8M: por qué protestamos



Ayer fue 8M, Día Internacional de la Mujer. Desde hace un par de años me he unido, de la forma que me ha sido posible, a las protestas. Como escribí en varios lados, NO hay nada que celebrar. Vivimos en un Estado feminicida en el que asesinan a unas once (o más) mujeres diariamente; y la mayoría por culpa de familiares, parejas o amigos.


Como le contaba a varias personas, también, en redes se han hecho varias dinámicas. Una de las que más cala es compartir a qué edad fuimos acosadas o abusadas por primera vez. Adivinen, la gran mayoría lo vivimos antes de los diez años. ¡DIEZ AÑOS! Y generalmente por parte de familiares cercanos.


Fuera de redes no me había atrevido a mencionarlo, hasta ayer. En el grupo de la familia les compartí por qué considero que el 8M no es una celebración. No sé si todos captaron el mensaje, pero ojalá lo hagan ahora que leen estas líneas. Les decía, entre otras cosas, que protesto porque no quiero que mis sobrinas (o hijas, si llego a tenerlas) vivan lo que yo he vivido. Quisiera que tengan una vida libre de acosos y abusos.


Me permito, entonces, compartir algunos de mis porqués al protestar, al levantar la voz. Si me crees, gracias; si no, vete a la mierda. Y disculpen los demás si me expreso así, pero estoy harta. Harta de que no se me crea, de que me digan "no fue tan grave", "ay, ni te pasó nada", "eres una exagerada", "lo hizo sin querer", "lo estás inventando" y tanto más. Insisto: si no me crees, mejor aléjate de mí, porque eres la misma basura que aquellos que me acosaron y abusaron.


En el primer caso del que tengo memoria tenía 6-8 años. Fui a la casa de unos tíos con mi abuela. Nada raro. Solíamos ir cada cierto tiempo.


Recuerdo que mi abue me tenía siempre cerca. Y que me recordaba las palabras de su madre: «las niñas no deben estar más lejos que el vuelo de la falda». Así pues, me protegía. Pero eso no evitó el acoso.


Tenía 6-8 años. Seguramente iba vestida o con pants y sudadera o con un vestido bonito. (Era divertido ir a comprarlos al mercado con mi abue). Y pasó. El tío, a quien llamaremos A, me veía lascivamente; era incómodo, era molesto y me daba miedo.


Dirán que qué sabe una niña de lascivia, acoso y abuso... Más de lo que creen. Dejemos ya de subestimar a las infancias.


El caso es que, desde los 6-8 años hasta los veintitantos A me acosaba, me soltaba cosas como «te estás poniendo bien bonita», «ven y siéntate en mis piernas». ¡6 AÑOS, MALDITA SEA! ¿Qué maldito hombre adulto le dice a su sobrina de 6 años que se siente en sus piernas? No sólo eso, me insistía, se enojaba si no le hacía caso, le decía a mi abuela lo maleducada que era. Y yo, claro, terminaba llorando.


Afortunadamente mi abue siempre me cuidó y protegió y no pasó a mayores, pero aún me acuerdo y me da mucho asco.


Dirán también que seguro fueron piropos sin mala intención, pero no es así. La vibra se siente, igual que el respeto y la confianza. Otros tíos, también hombres, me abrazaban y no pasaba absolutamente NADA. Les tenía (y tengo) toda la confianza del mundo. Pero con A ni de broma. Por eso hasta la fecha me rehúso a siquiera acercarme. Repito: me da un profundo asco y también miedo.


Desgraciadamente no fue el único. Otro tío, a quien llamaremos A2, hacía cosas similares. Tan sólo sus abrazos eran desagradables. ¿Debo recordar que era una NIÑA? Y para el resto de la familia (o sea, su esposa e hijos) era normal; repito: sólo mi abuela me defendía y me impedía andar cerca de los hombres a solas. En su momento no lo entendía y hasta me enojaba, pero bien dice el dicho que «sabe más el diablo por viejo que por diablo»; quizás ella veía algo que no le gustaba y por eso me tenía siempre a su lado, a la distancia del vuelo de su falda.


¿Por qué mierda una abuela tendría que cuidar a su nieta de los hombres de la familia? ¡POR QUÉ, MIERDA!


Las cosas siguieron. Repito, hasta la fecha ambos, A y A2, me siguen haciendo comentarios fuera de lugar, me insisten en abrazos, me llaman maleducada o mamona por no querer saludarlos ni acercarme. Por fortuna los veo muy poco, pero cuando están cerca todo mi cuerpo está a la defensiva. La diferencia entre aquella niña de 6 años y la mujer que soy ahora es que hoy sí les partiría la madre, hoy gritaría, le contaría a todos, le pediría a mi familia que los mantuviera lejos. Porque esto debería ser una lucha en equipo contra los acosadores, abusadores, pedófilos.


En el colegio en el que estuve en primaria, secundaria y bachillerato, que se precia de ser católico e íntegro, también pasaban cosas nefastas. Por respeto a las víctimas no las describo ampliamente, pero basta decir que, como otras instituciones, encubre a varios pedófilos y pederastas. Y sí, adivinaron, uno de ellos es sacerdote, quien usaba su autoridad y poder para jodernos, tanto a hombres como a mujeres. Y sí, me afectó también. ¡Teníamos unos dieciséis años, carajo! Y hasta la fecha nadie hace nada.


Tiempo después, cuando tenía unos diecisiete años, fuimos a ver a unos amigos de la familia a otro estado. Los conocía desde muy niña y el tipo hasta eso no se comportaba de forma extraña, hasta esa vez. Fue en verano y hacía mucho calor, así que yo iba de shorts y playeras sin mangas. El sujeto, a quien llamaremos A3, se la pasó todo el tiempo haciéndome comentarios asquerosos, del tipo «mira qué bonita te pusiste», «a ver, una sonrisita», «déjame tomarte una foto; a ver, posa». Yo me negaba en ocasiones, pero en otras era tanta la insistencia que cedía, sobre todo por miedo.


Volvemos al punto de algunos párrafos arriba. Pudieran parecer comentarios para «chulearme», pero no era así. A3 tenía otras intenciones y lo demostró después. Todo el tiempo buscaba abrazarme, pegaba su cuerpo al mío... hasta que empezó a manosearme y a pegarme su entrepierna. No pondré aquí todo lo que pasó, pero me hizo sentir sucia, avergonzada, débil. Lloraba cada vez que estaba a solas, hasta que reuní el valor para decirle a mamá. Se puso furiosa y le dijo a mi padre. Primero no lo creyeron, pero les bastó ver cómo se comportaba A3 para darse cuenta de que no era invención mía o una exageración. Todo el tiempo A3 buscaba quedarse a solas conmigo, se recargaba en mí, se frotaba...


Nada más recordarlo me da un profundo asco y quiero vomitar. Lo he trabajado en terapia (recurso al que no todas las mujeres tienen acceso, desgraciadamente), pero algo sigue ahí y no puedo enunciarlo. Sólo sé que me da asco, miedo y que por ratos vuelven los sentimientos de suciedad, vergüenza y culpa. Racionalmente sé que no fue mi culpa. Como le decía a mamá, yo pude haber andado desnuda y NADIE tendría derecho a vulnerarme. No es mi culpa que sean unos malditos pedófilos, acosadores y abusadores. No hice nada para merecerlo.


Tiempo después volvimos a ver a estas personas en un restaurante del Edomex. A3 seguía con sus comentarios, me pedía que me acercara, insistía en tocarme. Yo salí llorando de ahí. Mientras iba manejando tuve que orillarme porque era tanto el llanto, el asco, la culpa, el sentirme sucia... Me llamaron exagerada, mamona, payasa, insolente... Y al pinche A3 nada. ¡NADA!


Podría hablar también de todo lo que pasaba en mi Alma Máter, pero eso dejémoslo para después.


Dirán que lo mío es poco a comparación de lo que, desafortunadamente, han vivido otras mujeres de todas las edades, pero eso no anula lo que siento; no anula mi duelo, mis pesadillas, mi miedo, mi asco. Porque durante un buen tiempo mi cuerpo me dio asco, sombra de la culpa a causa de esos estúpidos.


Si me crees, abrázame y dímelo. Ayúdame. Ya no me quiero sentir así.


Si no me crees, te lo repito: VETE A LA MIERDA.


Por eso protesto. Por eso alzo mi voz. A veces podré marchar, a veces lo haré desde casa; a veces será a solas, otras, con mis amigas. Porque no quiero que nadie viva lo que yo he vivido. No quiero que sientan miedo, asco, impotencia, coraje.


Quisiera que mis hermanas, sobrinas, amigas vivan libres y sin miedo.


Hermana, tú que estás leyendo esto: YO SÍ TE CREO.


No puedo decir mucho más. Hacer este artículo me costó lágrimas, náuseas y dolor. Ya estuvo bueno de callar. Y me importa poco si los hijos, hermanos o amigos de A, A2 y A3 lo leen; al contrario, ojalá lo hagan para que se den cuenta de la mierda que son. Tampoco me importa si no me creen e insisten en defenderlos. No me voy a seguir callando.


Entonces, la siguiente vez que pienses en felicitar a una mujer sólo por ser mujer, detente a pensar en que es altamente probable que fuera acosada o abusada desde niña. Ofrece tu apoyo. Créele. Escúchala. Juntos podemos salir adelante.


(Y sí, antes de que me lo digan, sé que la violencia y la pedofilia no es exclusiva de mujeres, pero el punto de estas notas es evidenciar nuestras violencias y violaciones; ya habrá tiempo para ustedes, hombres).


Escucha.

Créenos.

Haz algo, maldita sea.



Jos



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